martes, 8 de julio de 2014

Las flores hablan





“Las flores, por ejemplo -dijo, señalando los capullos que llenaban el cuarto-. ¿Tú has oído hablar a las flores?
Muy intrigado, negué con la cabeza; la idea de que las flores hablasen me era totalmente nueva.
Pues te aseguro que sí hablan -continuó-. Mantienen largas conversaciones entre sí… yo al menos supongo que serán conversaciones, porque, naturalmente, no comprendo lo que dicen. Cuando seas tan viejo como yo es probable que también las oigas; siempre, claro está, que conserves el espíritu abierto para ese tipo de cosas.
Otra cosa que no se aprecia cuando se es joven es que las flores tienen personalidad. Son distintas unas de otras, lo mismo que las personas. Mira, te voy a mostrar un caso. ¿Ves aquella rosa de allí, que está sola en el florero?
Sobre una mesita rinconera, entronizada en un florerito de plata, había una magnífica rosa aterciopelada, de un color granate tan oscuro que diríase casi negro. Era una flor deslumbrante, con pétalos de perfecta curvatura, de piel tan tersa e inmaculada como el ala de una mariposa recién nacida.
-¿Ves qué preciosidad? -me preguntó la señora Kralefsky-. ¿Ves qué maravilla?
Pues lleva ahí dos semanas. Casi no lo puedes creer, ¿verdad? Y cuando vino no estaba en capullo. No, no, venía ya bien abierta.
¿Pero sabes que estuvo tan enferma que temí que no saliera adelante? La persona que la cortó tuvo el tremendo descuido de ponerla con un manojo de margaritas. ¡Fatal, absolutamente fatal! No te puedes imaginar lo cruel que es la familia de las margaritas.
Son unas flores muy toscas, muy plebeyas, y claro, poner entre ellas una aristócrata como la rosa es simplemente buscarle tres pies al gato.
Cuando llegó estaba tan ajada y descolorida que yo ni siquiera la vi entre las margaritas. Pero por suerte las oí. Yo estaba aquí echando una cabezadita cuando empezaron, sobre todo, según me pareció,las amarillas, que siempre son tan pendencieras. Bueno, naturalmente yo no entendía lo que estaban diciendo, pero sonaba horrible.
Al principio no me di cuenta de a quién se dirigían; creí que discutían entre sí. Entonces me levanté a echar un vistazo, y me encontré a esa pobre rosa toda espachurrada en medio de las otras, que no hacían más que ensañarse con ella.
La saqué,la puse sola y le di media aspirina. La aspirina es muy buena para las rosas. Monedas de dracma para los crisantemos, aspirina para las rosas, coñac para el guisante de olor, y para las flores carnosas del tipo de las
begonias, unas gotitas de zumo de limón. Pues volviendo a nuestra rosa: apartada de la compañía de las margaritas y con el tentempié se reanimó en seguida y ahora está muy agradecida; se nota que está haciendo un esfuerzo por conservarse bella el mayor tiempo posible, en prueba de gratitud.
Al decir esto dirigió una mirada afectuosa a la flor, espléndida en su peana de plata.
-Sí, yo he aprendido muchas cosas sobre las flores.
Son como las personas. Si juntas muchas, se incordian unas a otras y empiezan amarchitarse. Si mezclas algunas clases, se produce una forma espantosa de clasismo. Y, claro está, el agua es muy importante. ¿Sabes que algunas personas creen que está bien cambiarles el agua todos los días? ¡Espantoso! Se las oye morirse si se hace eso. Yo les cambio el agua una vez a la semana, le echo un puñado de tierra y se conservan
magníficas.”
Mi familia y otros animales, Gerald Durrell 1956

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